Issei Sagawa ha muerto a los 73 años de una neumonía, según ha comunicado su hermano. El japonés se hizo famoso por asesinar y devorar parcialmente a una joven holandesa de 25 años en París en 1981. Tal fue su reconocimiento que se convirtió en escritor y mediático personaje de la televisión, una vez quedó en libertad por la condena que le impusieron en Francia. Un precio muy bajo a pagar por sus actos: solo dos años de prisión y la posterior extradición a Japón. Entrevistas, reportajes y publicidad sobre su crimen lo impulsaron de una manera inconsciente hacia el éxito tras del horrible suceso, del que llegó a declarar ante el tribunal que fue "un acto de amor". El "vampiro de Japón", como era conocido en las islas niponas, dejó de respirar el pasado 24 de noviembre en un hospital de Tokio, según ha explicado la agencia de noticias Kyodo.
Tiro en el cuello, violación del cadáver y canibalismo
Sagawa sintió pasión por el canibalismo desde bien joven: acostumbraba a leer libros protagonizados por este tipo de personajes cuando decidió estudiar la carrera de Literatura Inglesa en la Universidad de Wako. Las historias llegaron hasta el punto de tener las primeras fantasías sexuales. Por ello contrató el servicio de varias prostitutas, a las que metía una navaja de afeitar en la garganta y fingía que la mataba. Después le pedía que también lo hiciera con él. El cambio de mentalidad estaba presente y se potenció todavía más cuando dejó Tokio para continuar sus estudios Literatura Comparada en la Sorbona de París, con la financiación de su familia que había conseguido un estatus cómodo una vez recuperaron económicamente la empresa de los padres.
Una vez en Francia conoció, desgraciadamente, a una joven estudiante neerlandesa de 25 años: Renée Hartevelt. Eran muy amigos y tenían muchas cosas en común. Sagawa intentó conquistarla, porque, según él, sentía pasión y obsesión por ella. Pero la chica no quiso y de hecho ya se había resistido antes a intentos de besarla. Pero una de las veces que fue el apartamento del japonés, este se hizo con un revólver e intentó golpearla por la espalda. Este fue el primer aviso, previo al homicidio premeditado. La tarde del 11 de junio de 1981, Hartevelt subió a casa de Sagawa para ayudarle con unas traducciones. Él intentó darle un beso, de nuevo, y ella no quiso. Le disparó un tiro en el cuello, con el que cayó fulminanda al suelo y murió. Sagawa, en una entrevista en televisión siguió defendiendo que fue sin querer.
Una vez el cuerpo sin vida de la chica estaba inmóvil al suelo, decidió abusar de ella. Violar el cadáver. Pero, ¿qué haría después? Pues, se le ocurrió que descuartizarla era la mejor opción para deshacerse de ella. La probó y parece que le gustó, así que se hizo un trozo de Hartevelt a la plancha con sal y pimienta. El resto acabaron en el frigorífico y en dos maletas, que llevó al bosque de Bolonia en un taxi. El equipaje fue encontrado por dos personas que paseaban y llamaron a la policía francesa. La relación fue rápida y Sagawa, con una tranquilidad perturbadora, confesó el crimen. Sin ningún arrepentimiento aseguró que disfrutó comiéndosela.
La razón de la condena injusta: la justificación psiquiátrica
El asesinato y la crueldad con la que acabó y profanó después de muerta a la joven holandesa habría supuesto un puñado de años a cualquier prisión. No obstante, los psiquiatras analizaron el comportamiento del procesado y justificaron que podría haber sido "como un suicidio del hombre que se encuentra demasiado solo y desorientado, dividir entre dos civilizaciones". Es decir, según los facultativos la frustración sexual generó el crimen. Dos años de prisión en La Santé. Al salir, el juez lo entregó a Japón por una enfermedad terminal diagnosticada. Afección que nunca llegó y estuvo quince meses en un psiquiátrico hasta que los expertos aseguraron que no tenía ningún problema mortal. Todas estas coincidencias que lo dejaron libre de cualquier institución apuntan a la influencia del padre de Sagawa, propietario de la corporación Kurita Water.
La influencia familiar y una economía cómoda le facilitaron salir de un crimen esperpéntico y horrible. Pero, encima, se hizo famoso en Japón. Y sacó rédito económico con la publicación de sus memorias Kiri no naka (Entre la niebla, 1984), donde explica su versión (que a pesar de la supuesta interferencia de los poderes, fue probada falsa) del crimen. La morbosidad de la sociedad, especialmente la nipona, provocó que vendiera más de 200.000 ejemplares. Ahora, después de la neumonía, el asesino ha perdido la vida a los 73 años en un hospital de Tokio.