Diez años sin Ruth y José, los niños de seis y dos años que fueron asesinados por su padre, José Bretón, en el primer caso de violencia vicaria que saltó a los medios y conmovió al país.
Diez años del caso de José Bretón
Todo empezaba un día como hoy, 8 de octubre, cuando el propio Bretón llamó a los servicios de emergencias para denunciar que había perdido a sus hijos, Ruth y José, de seis y dos años, en el parque Cruz Conde de Córdoba. Hacía unas semanas que su pareja y madre de los niños, Ruth Ortiz, le había anunciado que quería divorciarse.
Seis horas después de la llamada, varios agentes de la Policía Nacional seguían el rastro de las pruebas hasta los restos de una hoguera en la finca de los padres del asesino, llamada Las Quemadillas.
En ese fuego había ardido parte de los casi 300 litros de combustible y 250 kilos de leña que había acumulado durante semanas.
A partir de entonces, nunca admitiría haberlos matado, declarándose inocente hasta este año, cuando se filtró una confesión en la cárcel manchega de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real. Es la cuarta cárcel por la que pasa tras varios intentos de suicidio en otros centros penitenciarios.
Quema a sus hijos Ruth y José en Córdoba
La finca fue durante meses el centro de todas las miradas, y todo apuntaba a la peor hipótesis. En la casa había dos cajas de tranquilizantes vacías, Orfidal y Motivan, recetados por la psiquiatra de Bretón para su tratamiento.
Eso y la hoguera, en la que se encontraron restos óseos, parecían resolver el caso.
Pero todo quedó estancado tras el informe elaborado el 11 de noviembre por la médico la Policía Científica de Madrid Josefina Lamas, que sentenció que no eran humanos, sino de animales pequeños.
Errores forenses alargaron el proceso judicial
El documento mantuvo durante meses a los policías buscando los cuerpos en otros sitios de la finca.
Pero los tenían justo delante, tal y como confirmó diez meses más tarde y por casualidad el reputado forense Francisco Etxeberria.
El médico, que hizo la autopsia del presidente chileno Salvador Allende y había intervenido en una veintena de atentados de ETA, lo tuvo claro: eran huesos de niños humanos sin lugar a dudas.
Gracias a su intervención se pudo resolver este caso que, mirado en perspectiva, supuso el primero de violencia vicaria.
Este tipo de violencia, que se enmarca en la violencia de género, se refiere a los casos en que los padres hacen daño, amenazan con hacerlo o incluso matan a sus hijos o a personas vulnerables de la familia para infligir el mayor daño a las mujeres que, normalmente, quieren divorciarse o separarse.
Violencia vicaria
Bretón, aunque será un nombre que quedará grabado en la memoria histórica, suena lejano, pero la violencia vicaria sigue siendo una lacra diez años más tarde. Sin ir más lejos, este mismo año dos macabros casos saltaban también a los medios de comunicación.
En abril, Tomás Gimeno sedaba a sus hijas Anna y Olivia, de uno y seis años, las metía en bolsas, y se las llevaba con su barco personal del Puertito de Güímar, en Tenerife. "No las vas a volver a ver" fueron las últimas palabras que dirigió a Beatriz Zimmermann, madre de las niñas de la que se había separado el verano pasado.
Las niñas de Tenerife: similitudes
Una operación policial sin precedentes se lanzó al mar para encontrar a las pequeñas mientras la esperanza de que estuvieran vivas disminuía.
Hasta que, casi dos meses más tarde, en junio, el sonar incorporado en el barco Ángeles Alvariño del Instituto Español de Oceanografía, encontró a Olivia.
El cuerpo sin vida de la pequeña se encontraba en una bolsa de deporte atada al ancla del barco en el que se vio a Tomás Gimeno. Estaba a miles de metros de profundidad, lo que confirmó que Gimeno no quería que se encontraran los cuerpos de sus hijas para que Zimermann nunca pudiese saber lo que había pasado y convertir su dolor en eterno.
Sin respuestas ni cuerpos a los que llorar
Al lado del cuerpo de Olivia se encontró una bolsa parecida, pero rota, donde sospecharon que se encontraba Anna. Sin embargo, las corrientes marítimas han impedido encontrar su cadáver o el de Tomás Gimeno, que también se sospecha que se suicidó.
Y en septiembre, Martín Ezequiel, el parricida que mató a su hijo Leo, de dos años, en el hotel Concordia de la avenida Para·lel de Barcelona, aparecía muerto, ahorcado con su propio cinturón en un árbol cercano al aeropuerto de El Prat, donde fue visto por última vez.