"Queremos saber qué sucedió", así de clara se muestra Luisa, la madre de Cristina Bergua, la joven que desapareció en Cornellà de Llobregat (Barcelona) hace 27 años. La chica de 16 años quedó con su novio, Javier Román, el 9 de marzo de 1997 y lo último que se supo fue que la había dejado en la carretera de Esplugues aquella tarde. Fueron unos primeros meses angustiosos sin protocolos de actuación y con una investigación que se ha alargado casi tres décadas y, todavía, nada. Cartas anónimas, correos que decían haberla visto e impedimentos de todo tipo. Juan, el padre de la adolescente, luchó durante años e incluso llegó a marcar un precedente y cambiar la historia de los desaparecidos sin causa aparente en España.
Las pistas falsas siguen llegando por diferentes vías, algunas se investigan y otras, por falta de credibilidad, quedan archivadas. La familia no sabe nada de Cristina desde aquel 9 de marzo de 1997, aunque en julio de aquel año la Policía Nacional -encargada del caso hasta el traspaso completo de competencias a los Mossos d'Esquadra en 2002- recibió una carta anónima asegurando que el cuerpo de la adolescente había sido depositado en un contenedor de Cornellà. El tiempo jugaba en su contra y, de ser real la alerta, habría acabado en el vertedero del Garraf, entre los municipios de Gavà y Begues. Tras varias trabas administrativas y, por otro lado, también judiciales y policiales, lograron que se peinara la zona. No estaba allí, el cadáver no apareció.
La falsa pista del vertedero y el novio sospechoso
Román, el novio de Cristina con el que tenía pensado cortar el mismo día de su desaparición, se convirtió en el principal sospechoso. Le sacaba diez años a la joven y sus declaraciones fueron un severo golpe para la familia de la desaparecida. "Mentiras" es como cataloga Juan a todo lo que dijo el que en aquellos momentos era la pareja sentimental de su hija. Pero, fuera como fuese, le sirvieron para no ser inculpado por los hechos. Algunas de las afirmaciones de Román fueron de una pasividad absoluta, asegurando que "ya volverá" o que se había largado a Andorra con un tío que tenía y volvería cuando fuera mayor de edad. Y, como era previsible, se trataba de una ficción creada por él mismo: Cristina tendría ahora mismo 43 años.
El exnovio no fue acusado de la desaparición ni, tampoco, de un supuesto crimen que podría haberse cometido, más después de tener entre el abanico de posibilidades la falsa pista de julio de 1997, cuando pensaban que el cadáver de Cristina podía estar en el vertedero del Garraf. Román ha sido muy puntilloso con la información dada, sin ayudar en la investigación en ningún momento, tanto la primera de la Policía Nacional como la segunda de los Mossos d'Esquadra. Tampoco se presentó en manifestaciones ni memoriales, como el que organizan cada 9 de marzo los padres en la plaza de Cristina Bergua Vera de Cornellà.
Pasaban los meses y se cumplió el primer año de desaparición. Juan y Luisa, incluso, llegaron a pedir ayuda al Govern, que en esos momentos tenía como titular de Justícia a Núria Gispert, con la que hablaron, pero las puertas se cerraron. Los padres plantearon, entonces, empezar una huelga de hambre en la plaza Sant Jaume y, en ese momento, la esperanza reabrió las puertas: la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Cornellà de Llobregat, María Sanahuja, ordenó registrar el vertedero, 11 meses más tarde desde que llegara la carta anónima a la Policía Nacional. Tampoco encontraron a Cristina.
No había colaboración policial: pistas falsas y cotejo de ADN
La colaboración entre cuerpos policiales está a la orden del día en pleno 2024, pero no siempre fue así. Tal y como explica Juan a ElCaso.com, en 1997 "ponías una denuncia en la comisaria de Cornellà y no tenía acceso otra oficina de otra ciudad". Esto dificultó enormemente la búsqueda, al no haber una interrelación, incluso, entre la misma Policía Nacional o los Mossos d'Esquadra, ya no solo entre ellos. Lo mismo sucedía con el ADN. Los padres dieron su ADN para cotejarlo con descubrimientos futuros, fueran en Catalunya o en el resto de España, algo impensable en aquel entonces.
Este punto del ADN, con el avance científico, permitió analizar la carta anónima que en 1997 recibió la Policía Nacional. Había una esperanza: la saliva del sello pegado en el sobre. Pero no se hallaron coincidencias con ninguno de los posibles sospechosos ni del círculo cercano de Cristina. Los Mossos d'Esquadra, desde 2002, tienen el caso en sus manos y en 2007 los padres pidieron que se reabriera, un año antes de la puesta en marcha de la unidad especial de la policía catalana para las personas desaparecidas. Tan solo querían saber si había algún tipo de información, algo que hubieran pasado por alto años atrás. El resultado fue descorazonador: nada, ningún hilo del que tirar.
Málaga y Ecuador
Pese a ello, la esperanza sigue, en el mejor de los casos de encontrarla con vida, aunque por encima de todo, lo que quieren, como explican a este medio, es "saber qué pasó". Juan fundó Inter-SOS, la primera asociación de personas desaparecidas sin causa aparente de España que este año, desafortunadamente, se disuelve tras décadas de lucha. Esta entidad recogió y fue el punto de apoyo de muchas familias de todo el territorio español que perdieron a hijos, padres o hermanos sin saber porqué y sin hallar sus cuerpos. Y, en parte, la organización ha canalizado algunas informaciones que han sido derivadas, en el caso catalán, a los Mossos, y en el resto de España a Policía Nacional u otras policías autonómicas.
A través de Inter-SOS, precisamente, llegó una de las últimas pistas falsas: alguien decía haber visto a Cristina en Málaga. Esto activó un operativo y colaboración con la Policía Nacional, que buscó e inició una investigación para poder hallar un vestigio que permitiera explicar que pasó hace, ahora, 27 años. Silencio. No se encontró nada. Algo similar sucedió con otro, aún más sorprendente, que venía de Ecuador.
En ambos casos, Juan alertó a los Mossos d'Esquadra de los mensajes recibidos. Pero el del país sudamericano fue, quizás, uno de los más surrealistas, incluso más que el de 2015, cuando dijeron que Cristina había sido enterrada en Gavà. Los investigadores lograron localizar al autor de esta información en la que decía echar de menos a la adolescente desaparecida. El hombre estaba encarcelado en Ecuador y aunque había vivido el Cornellà, lo más probable es que coincidiera esporádicamente con ella. Solo fue un recuerdo, que avivó la llama de la investigación, antes de apagarse de nuevo.
Año 2017: certifican el fallecimiento de Cristina
Finalmente, ante la falta de camino donde investigar y para facilitar cualquier impedimento legal a su otro hijo, que les dio una nieta que ya es mayor de edad, certificaron el fallecimiento de Cristina en 2017. No porque creyeran ciegamente que hubiera muerto, ni mucho menos, sino por haber superado (o estar cerca) tanto Juan como Luisa los 70 años y por su hijo y su nieta, por cuestiones de herencia. Les cobraron 600 euros por este proceso burocrático, que lo único que hace es publicarlo en el BOE dos veces y te obliga a hacer lo mismo en unos medios específicos.
"El caso sigue vivo", ha expresado Juan en innumerables ocasiones, y el certificado de fallecimiento no es más que un documento legal para ellos. La pareja logró, con mucha lucha en el Parlament y en el Congreso que se sentaran las bases para desaparecidos sin causa aparente como su hija y que el 9 de marzo fuera el Día Nacional de los Desaparecidos. Prueba de ello es el monolito en memoria de la adolescente en el barrio de la Gavarra de Cornellà, muy cerca de donde residía. Su habitación, aunque ha sido utilizada por la nieta de Juan y Luisa durante años, sigue intacta. Tan solo falta alguna pieza de ropa que dieron a vecinos que les intentaron ayudar por todos los medios, incluso recurriendo a videntes.
Los peluches y las muñecas siguen en los estantes. "No es un altar o un mausoleo", recuerda Luisa en una conversación con este medio, tan solo han dejado todo tal y como estaba por si, en algún momento, "volviera" se lo "encontrara tal y como estaba". Aunque esto no ha supuesto que su nieta utilizara la habitación y jugara con los juguetes de Cristina, ni tampoco que conociera a su tía a través de los pósteres de rock de las paredes y los discos de su querido Bon Jovi. La memoria de la adolescente de 16 años que desapareció, que ahora estaría a punto de cumplir 44 años, sigue viva y este 9 de marzo se recuerda un caso que nunca se pudo cerrar, repleto de pistas falsas, pero que con la lucha de unos padres hizo cambiar el modo de investigar y denunciar las desapariciones en toda España.