Hay lugares más agradables que otros para pasar la cuarentena; sin duda, la casa de Paul y Elena flota en un mar en calma, aunque amarrada en el Club de Regatas de Cartagena (Murcia), donde les ha tocado vivir la tormenta provocada por la pandemia del coronavirus.
Nada nuevo para esta instructora de buceo de 33 años y su novio de 27, que se dedica a la reparación de barcos. Llevan viviendo en su velero año y medio, y están tan cómodos allí, a pesar de la estrechez, que lo único con lo que sueñan es dar la vuelta al mundo una vez las aguas vuelvan a su cauce.
Amarrados y confinados
Antes de poder volver a su pequeña casa flotante, pasaron días de incertidumbre sin saber si podrían llegar al puerto tras la declaración del estado de alarma por coronavirus.
Finalmente, lo consiguieron. Y “Maracas”, como bautizaron a este Gran Soleil 46 que compraron en Sicilia y que tiene 14 metros de eslora y unos 46 pies - unos 4 metros cuadrados y otros 4 de ancho- está siendo un hogar diminuto pero bastante apañado. Al menos tienen lo que otros no, habitaciones. O camarotes. Tres para ser más exactos.
La pareja intenta seguir todas las recomendaciones sanitarias y postearlas en su cuenta de Instagram:
“Cuando vamos a un supermercado, desinfectamos todo”, cuentan a 20 Minutos. “Lavamos con agua y lejía tanto los zapatos y bolsas como toda la compra".
Un vecindario a flote
De momento, sólo escuchan el ruido del mar y las gaviotas, y el barco de Salvamento que toca la bocina a las 20 horas para homenajear a los sanitarios. Más que suficiente para calmar la ansiedad en tiempos de marejada.
También mantienen contacto con otros vecinos de su “barrio” amarrado a puerto. Ninguno se aburre, admiten, sobre todo los que tienen niños.
"Si no llueve podemos salir fuera, estar tomando el sol y hay mucho silencio. Somos afortunados", dicen. Aunque no tengan sofá y el barco esté en obras, y la lluvia haya provocado goteras. Al mal tiempo...