Ni rastro del Rubio, el alias de Miguel Ricart, el hombre condenado por el crimen de las niñas de Alcàsser. Hoy en día, viejo y demacrado por las drogas, este hombre recibiría otros nombres que este con el que lo bautizaron en los 90 cuando fue arrestado y encarcelado por su relación con el asesinato de Míriam, Desirée y Toñi. Después de salir de la prisión el año 2013, aprovechándose de la doctrina Parot, a pesar de haber sido condenado a muchos años, ha ido encadenando encuentros con la policía. No tenía nada pendiente, y aunque había sido identificado, en un narcopiso de Madrid hace pocas semanas por los Mossos en Barcelona, no quedaba detenido. A efectos prácticos, y legales, aquel escabroso asesino había pagado sus crímenes y era un hombre libre. Ayer fue arrestado en la calle de la Aurora de Barcelona, a 10 metros de la rambla del Raval, donde, junto con otro hombre, de nacionalidad nicaragüense, controlaban un narcopiso del primero segunda del número 9 de la calle.

 

Agentes de la lucha contra el narcotráfico de Ciutat Vella de los Mossos y de la Guardia Urbana, que trabajan juntos en toda la ciudad para ser efectivos en la guerra contra estos pisos, por los problemas de salud pública y por los problemas que generan a las comunidades de vecinos, detectaron que en este piso se vendía droga. Los vecinos del rellano estaban hartos. Uno de ellos, un hombre que trabaja desde casa pared con pared con el piso donde vivía Ricart, recibía cada día decenas de llamadas al timbre, de la calle y de la puerta, de personas buscando droga. Tuvo que poner incluso uno etiqueta para alertar de que allí no se vendía droga. La droga, presuntamente, la vendía Ricart en la puerta de al lado. Los vecinos, sin embargo, ni se imaginaban que vivían con un "ex" asesino. Una de las caras del odio que más veces aparecieron en la prensa de entonces, durante la investigación, todavía no acabada, del crimen de las tres niñas valencianas.

El único criminal que no saludaba a sus vecinos

A diferencia de todos criminales, Miguel Ricart no saludaba. Así lo explica una vecina de encima del piso donde estaba el narcopiso. Entraba y salía mucha gente, y a pesar de este trasiego de personas, todas con mala cara y mal vestidos, los problemas de convivencia no eran una gran preocupación para los vecinos del bloque. Estaba viejo, demacrado, nada que ver con el joven de las fotos del juicio de 1997, y nada que lo hiciera parecer un narcotraficante poderoso. Era el peón de una mafia sudamericana, una de las que controla la venta de droga en el centro de Barcelona.

Ricart, como el otro hombre que vivía en el piso, no tenía nada de relación con los vecinos, la mayoría personas mayores que, a pesar de quererlo, no pueden escapar de este gueto de la droga, y extranjeros, que han encontrado en este "parque temático" del Raval su lugar donde poder vivir en Barcelona. Los voluntarios de una ONG religiosa que hay en los bajos del edificio lo reconocen por una foto bastante actual. No charlaba demasiado, aseguran, y alguna vez había asegurado ser chófer.

Ricart
Miguel Ricart, en una imagen policial de los años 90, cuando fue arrestado por el crimen de Alcázar / EFE

Un peón de la mafia de la droga

Miguel Ricart fue detenido este martes por la tarde cuando la policía irrumpió, con una orden judicial en el piso. Estaba alquilado de manera legal, pero lo habían convertido en un punto de distribución y venta de todo tipo de droga. Los Mossos y la Guardia Urbana encontraron cocaína y heroína, como en la mayoría de pisos de este tipo que hay, casi en cada calle, en la zona cero de la ciudad. A pesar del gran bullicio mediático por la detención de Miguel Ricart en el centro de Barcelona, para la policía es irrelevante. Era el encargado de un narcopiso más. Tenía poca droga en el piso, que le iban reponiendo cuando la vendía, a cambio, seguramente —la investigación policial quizás lo puede aclarar—, cobraba con especias, con droga, como también la mayoría de los "encargados" de estos puntos de venta y de consumo. Él también lo hacía todo, vendía y consumía.