La Guardia Urbana de Barcelona ha desalojado esta madrugada un macrobotellón de más de 300 personas en la plaza de Terenci Moix, en el barrio del Raval, en el distrito de Ciutat Vella.
Este es uno de los puntos calientes de la ciudad, al lado de la plaza del Macba, donde cada semana grupos de jóvenes, sin respetar el toque de queda -activo desde las 10 de la noche- y tampoco las medidas sanitarias para evitar la propagación del coronavirus, se reúnen para beber y escuchar música.
En torno a las once de la noche, después de recibir el aviso de varios vecinos y de confirmarlo con agentes de paisano, la Guardia Urbana se desplegó en la zona para desalojarlos. Para hacerlo, la policía de la ciudad activó también agentes de la Unidad de Refuerzo de Emergencias y Proximidad (UREP), con material antidisturbios, para evitar, como ya había pasado otras semanas, la reacción hostil de los concentrados.
Más de 200 personas denunciadas
Algunos de los jóvenes se marcharon de la plaza, pero algunos se quedaron y fueron identificados y denunciados por la Guardia Urbana. Según fuentes municipales se pudieron identificar a 216 personas que fueron denunciadas por no cumplir con las restricciones dictadas por la pandemia.
Esta ha sido una de las actuaciones más relevantes de esta madrugada en la ciudad de Barcelona.
En torno a las doce de la noche, cuando se han podido limpiar las plazas más concurridas -ayer con más afluencia, coincidiendo con la celebración de la Diada de Sant Jordi-, la vía pública ha quedado tranquila y la preocupación de la Guardia Urbana se ha centrado en las fiestas ilegales en pisos.
Guerra contra las fiestas en pisos
Las prohibiciones de apertura de locales de ocio propicia que muchas personas ocupen la vía pública para celebrar sus fiestas. Con acción policial se pueden desmantelar, un hecho que no pasa, sin embargo, con las fiestas que algunos ciudadanos celebran en su casa y que, no sólo contradicen las normativas contra la Covid-19, también causas graves molestias en el vecindario.
La Guardia Urbana de Barcelona no puede acceder a los pisos donde cree que hay fiestas en marcha y sólo se puede quedar en la puerta si los anfitriones no los invitan a entrar. De esta manera, poner freno en estas fiestas, cada vez más recurrentes en el centro de la ciudad, se convierte en una guerra imposible.