Con el confinamiento comarcal todavía activo, sin locales de ocio más allá de las cinco de la tarde y con el toque de queda activo desde las diez de la noche, Barcelona se convierte cada fin de semana en un enjambre de fiestas ilegales en pisos.
Las restricciones que marcan las autoridades sanitarias y el Procicat para evitar la propagación del coronavirus prohíben este tipo de encuentros, en casas particulares o pisos turísticos, que se convierten en fiestas ilegales con diez, veinte o treinta personas y música a todo trapo y sin ningún control.
Si bien es cierto que la policía no puede -por número de efectivos y por la imposibilidad jurídica- controlar todas las casas de ciudades como Barcelona por si se está cumpliendo la normativa y no hay más de seis personas, son todas de la misma burbuja, etc., sí que estos encuentros, cuando van acompañadas de gritos, ruidos y música pueden ser detectadas. Igualmente, la guerra de la Guardia Urbana contra estas fiestas es una batalla imposible.
Patrullaje por Ciutat Vella: fiestas ilegales en Barcelona
Este viernes por la noche ElCaso.com ha patrullado con agentes de la Guardia Urbana de la comisaría de Ciutat Vella para seguir cuáles son sus tareas durante las noches del fin de semana. Si antes este distrito, con el Raval, el Gótico y la Barceloneta, era casi la "jungla" cuando caía la noche, ahora los agentes bajo el mando del cabo Ramírez aseguran que todo ha cambiado.
Este viernes, lluvioso en Barcelona, ha facilitado las cosas a la policía. Pero es habitual que por la noche, antes del toque de queda, se registren problemas de incivismo con botellones a las zonas del Macba o del paseo del Born, a Ciutat Vella, o también al Parque de las Tres Chimeneas o al paseo de Lluís Companys. Sin estos botellones, el cabo y sus agentes se han centrado en atender todos los requerimientos que la sala de coordinación ha ido enviando a los agentes. Todos, molestias por fiestas ilegales en pisos.
Diez fiestas en menos de dos horas
En menos de dos horas la Guardia Urbana se ha personado en diez pisos del distrito para detener fiestas ilegales. Pero poco pueden hacer. Es una guerra imposible. Los ciudadanos que deciden, por falta de oferta en bares y discotecas, montar la fiesta en su casa y hacer pasar la noche en blanco a los vecinos, saben las limitaciones que tiene la policía.
Los agentes se entrevistan con los vecinos para saber cuál es el piso desde donde salen los ruidos y también para animarlos a seguir llamando y denunciando las fiestas. Y también intentan contactar con las personas de la fiesta. Pero no siempre es posible. La mayoría de veces no abren la puerta. En otras ocasiones, ya sin música, aseguran que no son más de cuatro -cómo marca la normativa- y que no saben de dónde sale el ruido. Y la policía no puede hacer nada más.
Con los datos del piso, y si los policías han podido oír la música y el ruido antes de picar en la puerta, podrán denunciar al propietario del inmueble, si no pueden identificar a los causantes de las molestias.
Y cuando casi todavía no se han acabado los trámites -rápidos si no abren la puerta- en uno de los pisos, la emisora del cabo Ramírez vuelve a sonar. Un nuevo aviso. A pocas calles, una nueva fiesta ilegal. Y el mismo procedimiento.
Frustración de agentes y de vecinos
Una de las agentes explica que si bien algunas veces la fiesta se reinicia una vez los policías se han marchado, en otros ya se detiene de manera definitiva. Si se puede llegar a identificar en algunos de los integrantes de la fiesta y la policía tiene que volver aquella misma noche, el ciudadano incluso puede acabar denunciado por un delito de desobediencia, un hecho que lleva al terreno penal la fiesta, más allá de la sanción administrativa de las molestias. En horario nocturno la multa se puede subir hasta los 400 euros.
Y otra fiesta. Y otra puerta que no se abre. La emisora va dando avisos de molestias por fiestas ilegales. El cabo explica la frustración de los agentes de no poder resolver el malestar de los vecinos que sufren el ruido y también la frustración de los vecinos que tienen que convivir, en algunas zonas de la ciudad, con alboroto cada día del fin de semana. Y otra fiesta. Y otra puerta que no se abre.